Desierto de Libia, abril de 1942. En la arena, el cadáver de un paracaidista francés miembro del SAS (Servicio Aéreo Especial). En el cadáver, bien plegado en un bolsillo de la guerrera, un papel. Y en el papel, un oración que hoy se conoce como "Plegaría del Paracaidista". El soldado se llamaba André Zirnheld. Su canto fue adoptado después por todos los paracaidistas del mundo. Es de una belleza acerada y recta, como un juramento ateniense.
Concédeme, Dios mío, lo que quieras.
Concédeme que no te pida nunca.
No te pido el descanso, ni la tranquilidad,
ni la del alma, ni la del cuerpo.
No te pido la riqueza Ni el éxito,
ni siquiera la salud.
Todo eso, Dios mío, se te pide de tal manera
que no debes ya tener.
Concédeme, Dios mío, lo que te plazca
Concédeme lo que se rechace.
Quiero la inseguridad y la inquietud.
Quiero la tormenta y el alboroto.
Y que me los concedáis, Dios mío, definitivamente.
Que esté seguro de tenerlos siempre
Pues nunca tendré el valor de pedírtelos.
Concédeme, Dios mío, lo que te quede.
Concédeme lo que los otros no quieren.
Pero concédeme el valor y la fuerza y la fe.
Pues tú solo me concedes, Dios mío,
lo que sólo se puede esperar de sí.
martes, 28 de agosto de 2007
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